Volvía con Daniel, mi hijo de siete años, del cine, habíamos visto “Charly y la fábrica de chocolate”. Cuenta la película que un extravagante chocolatero decide invitar a cinco niños a visitar su famosísima fábrica, en la que nadie hasta entonces había entrado. Para seleccionar a los visitantes, introduce cinco papelitos dorados en sendas tabletas de chocolate. En el camino de vuelta se me ocurrió. Al día siguiente fui a consultar a Luis, mi kiosquero, hijo del mítico Chales. Le gustó la idea.
Cuando Daniel, mi hijo pequeño, llegó del colegio, le comenté la falsa noticia que, dije, había leído en el periódico: “La fábrica de cromos de futbolistas va a esconder cinco papelitos dorados en cinco sobres de cromos. ¡El que encuentre uno de ellos, recibirá gratis una caja entera de sobres! Daniel se entusiasmó al instante y fuimos al kiosco. Compramos tres sobres, pero no encontramos ningún papelito dorado. Ni los siguientes días. -Ya han aparecido cuatro papelitos –le dije al cuarto día-, es casi imposible que encontremos uno -Vamos a intentarlo, aún queda uno… Así que fuimos al kiosco de nuevo. Luis y yo nos conchabamos antes para abrir un sobre, meter el papelito dorado y volverlo a cerrar. Pedimos tres sobres, que él abrió sin parpadear, como si fuera lo más importante en su vida –a los 7 años, seguramente lo sería-, pero apareció la decepción en su mirada. Nada.
Y ese día seguro que aparecería el quinto papel. -Espera que rebusque en los bolsillos -le dije cuando nos íbamos- Ah, mira, tengo para otro sobre. El kiosquero nos dio el último sobre y… ¡¡Allí estaba el papelito dorado que valía una caja!!!
Daniel, ese día encontró la magia. Hace poco, ahora tiene quince años, hablamos de aquello, nunca lo olvidó. Le confesé la verdad. Su respuesta, tras el asombro correspondiente fue ésta: “¡Yo haré lo mismo con mi hijo!”